de don Ugo Carandino
La Enciclopedia Católica (EC) sobre el término “limosna” explica que “…un tipo particular de limosna es aquella que se ofrece para la celebración o aplicación de Misas. A ésta se le denomina en lenguaje técnico con el término de estipendio (…). Tal terminología proviene del uso latino de denominar estipendio lo que se daba a cada soldado para su manutención, para luego pasar a denominar estipendio todo aquello que los ministros del altar tenían para su sustento…”.
El redactor de la EC cita la enseñanza del Apóstol San Pablo, el cual escribe: “¿Pero no sabéis que los que ejercen funciones sagradas comen del santuario, y los que sirven al altar, del altar participan? Pues así ha ordenado el Señor a los que anuncian el Evangelio: que vivan del Evangelio”(I Cor, 9, 13- 14). Esto sirve, continua la EC, “para destacar el elemento justificativo de la prestación de la que tratamos. Elemento que se identifica con el fin de procurar al celebrante un medio de sustento.” De hecho la enseñanza paulina (“los que sirven al altar, del altar participan”) especifica el motivo por el cual el sacerdote recibe una limosna (el estipendio) ligada a la intención particular por la cual se celebra la Misa.
El origen de esta práctica es antiquísima. El card. Schuster, en su monumental Liber Sacramentorum, habla de la costumbre difundida entre las primeras comunidades de cristianos de ofrecer al celebrante donaciones de naturaleza necesaria, así como para el santo sacrificio y también para socorrer a los pobres y para el mantenimiento del clero.
“En los siglos posteriores – explica el insigne liturgista – esta disciplina primitiva fue sustituida por la costumbre de ofrecer al celebrante donativos en dinero, la denominada limosna para la misa. Será mejor que los fieles comprendan toda la importancia que deben tener sus aportaciones personales a sostener los gastos del culto, que la comprendan no ya como un rito de devoción fúnebre en caso de muerte de alguno de sus seres más queridos, sino como una parte de sus deberes como cristianos, y como una consecuencia del precepto impuesto ya por Dios a los israelitas de contribuir con sus donativos a los gastos del culto del Templo, y al sostenimiento de los ministros del santuario” (Card. A. L. Schuster, osb, Liber Sacramentorum, vol. IV, Casa Editrice Marietti, Torino-Roma 1930, págs. 117-118).
La praxis de la limosna dada al sacerdote con el fin de que la celebración de la Misa esté ligada a un determinado fin se remonta al siglo II y se difundió por toda la Iglesia en época medieval. El Derecho Canónico trata sobre la materia y regula la aceptación, la administración y el uso de las limosnas relativas a las intenciones de la Misa.
La intención particular solicitada al celebrante puede ser concerniente al sufragio de uno o más difuntos; a la necesidad espiritual o temporal de alguien vivo (la conversión, la curación, el buen éxito de un examen, una gracia particular, etc.); a las intenciones generales del Iglesia, como la perseverancia de los consagrados, las vocaciones, la conversión de los infieles, etc. Igualmente se pueden celebrar misas en honor de las Tres Personas de la Santísima Trinidad, de la Santa Virgen, de los Ángeles y de los Santos.
Además la intención puede aplicarse a la celebración de una sola Misa, o bien para la celebración consecutiva de más Misas: un triduo (tres Misas), una novena (nueve Misas) o también un ciclo de Misas gregorianas (treinta Misas por el alma de un difunto). Está prohibido celebrar una Misa por varias intenciones recibidas de donantes distintos, mientras que un único donante puede solicitar, como hemos apuntado antes, una única intención aplicable a más difuntos o vivos.
Es aconsejable pedir la celebración de Misas en sufragio de los propios difuntos, por lo menos en el aniversario de su muerte. Y aún es más encomiable que algunos fieles pidan la aplicación de las intenciones de la Misa por las almas del Purgatorio más abandonadas. Hasta hace pocas décadas la solicitud de Misas era una práctica profundamente enraizada entre los fieles. Hoy, sin embargo, corre el riesgo de perderse sobretodo entre las nuevas generaciones de católicos, a las cuales generalmente les falta la transmisión directa de los usos y costumbres cristianas. De hecho, la conversión permite abrazar las principales verdades de Fe, pero es necesario obtener una serie de elementos secundarios (como la limosna de las Misas) que la descristianización general no ha permitido conocer y por lo tanto practicar con anterioridad.
Evidentemente la práctica de la limosna de la Misa no se debe confundir con la simonía, es decir, la venta de cosas sagradas. En este sentido la EC es clara: la limosna es un medio de sustento para el clero “quedando excluido todo concepto de pago de precio y de contravalor pecuniario al sacrificio celebrado o aplicado”.
Asimismo el fiel debe saber la diferencia existente entre las diversas formas de limosna. Mientras las limosnas obtenidas a través de la colecta representan una ayuda destinada a la parroquia o a la congregación (en nuestro caso al Instituto al que pertenecemos), las limosnas ligadas a la solicitud de celebración de la Misa representan el único sustento personal del sacerdote.
No siempre los fieles comprenden claramente las gravosas exigencias materiales ligadas a la existencia y al mantenimiento de una obra sacerdotal. El card. Schuster, en sus consideraciones sobre la limosna trataba también este aspecto y hacía referencia directamente al sentido de responsabilidad de los hijos de la Iglesia: “Hoy esta obligación es más necesaria e importante, puesto que los gobiernos liberales han confiscado casi todas las rentas eclesiásticas, reduciendo a la Iglesia no simplemente a mantenerse, sino también a sostener todas sus numerosas instituciones de beneficencia, de propaganda, etc. con la única limosna de sus hijos”.
La limosna de la Misa permite de este modo de practicar la caridad y la justicia para con el celebrante (sustento del clero) y para con aquellos por los cuales la Misa es ofrecida (el sufragio de los difuntos, por ejemplo).
Por lo tanto es deseable que esta antiquísima costumbre vuelva a ser practicada por el pueblo cristiano.
¿No te das cuenta que has perdido lo que no diste? (S. Agustín).
[Sodalitium nº60, febrero 2007]