por el Padre Ugo Carandino
Este verano, en casa de fieles, encontré a una jovencita de 13 años que desde varios años sigue el “nuevo catecismo” en su parroquia.
A la pregunta “¿Qué es la Misa?… ¿Cuál es la parte más importante de la Misa?”, me respondió: “Leer el Evangelio, escuchar el Evangelio…”
Sin embargo, el Catecismo Romano enseña algo bien distinto: La Misa es la renovación del Sacrificio de la Cruz, en el momento de la consagración el pan y el vino se convierten en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo…
Pero, la muchacha en cuestión repitió el error (protestante) hoy asimilado por la mayoría de los católicos que frecuentan la nueva misa y que se ha vuelto, para muchas personas, la mayor objeción contra el rito de San Pío V: voy a Misa para entender, para escuchar las lecturas, no entiendo el latín y entonces no podré captar la esencia de la celebración…
En 1969, los Cardenales Ottaviani y Bacci suscribieron el grito de alarma contenido en el Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae (compuesto principalmente por el teólogo, Padre Guérard des Lauriers, O.P.):
…las recientes reformas han demostrado suficientemente que nuevos cambios en la liturgia, no llevarían sino a la total desorientación de los fieles, que ya muestran señales de serles insoportables y de inequívoca disminución de la Fe.
Después de 35 años, podemos afirmar que en muchas almas la Fe no solo ha disminuido, sino que además ha cambiado.
La muchacha que tomé como ejemplo no es un caso extremo, ya que manifiesta una situación hoy generalizada y consolidada en las parroquias y movimientos eclesiales: la nueva misa expresa una nueva doctrina (“…un alejamiento impresionante de la teología católica de la Santa Misa”… “el Novus Ordo Missae no quiere representar más la Fe de Trento”: es siempre el Breve Examen Crítico del N.O.M., que denuncia la naturaleza heterodoxa del nuevo rito) y esta nueva doctrina contradice la Fe Católica.
Cada quien, por honestidad intelectual, debería admitir esta situación y no refugiarse, para negar la evidencia, en una iglesia conservadora que existe solo virtualmente en la redacción de alguna revista como il Timone y en la mente de sus colaboradores, que buscan conciliar lo inconciliable; es decir, la enseñanza de la Iglesia Católica con los errores del Concilio enseñados por Juan Pablo II.
Este análisis sería imperfecto y acaso confuso, si no especificase que un rito heterodoxo (la nueva misa) y doctrinas erróneas (los documentos del Concilio Vaticano II) no pueden ser fruto de la Iglesia, que ha recibido de Cristo la promesa de no sucumbir jamás a los asaltos de Satanás.
Pero, las puertas del infierno habrían prevalecido, si pudiesen provenir de Papas legítimos (Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II), la enseñanza de doctrinas modernistas y la promulgación de un rito protestante.
La única solución católica no es la “teología de la desobediencia”, nacida en Ecône (“son Papas legítimos, pero se han desviado, enseñan el error”; “para conservar la Fe es necesario desobedecer al Vicario de Cristo, rechazar su magisterio, su misa y también algunos santos canonizados por él”), y que está oscureciendo el amor y el respeto por el Papado en quienes la abrazan (“también en el pasado los Papan se han desviado; el Papa es infalible solamente cuando habla ex cathedra, es decir, en modo solemne”: los modernistas condenados por San Pío X en la encíclica Pascendi -acto de magisterio ordinario- sostenían los mismos errores…).
Hoy el católico, para conservar la Fe y el amor por la Iglesia Romana, debe constatar que la Sede Apostólica está formalmente vacante, ya que estos “papas” no tienen la intención de procurar el bien de la Iglesia, y entonces están privados de la suprema autoridad.
Nuestra posición frente a la autoridad de la Iglesia es pública, se recuerda en todos los números de nuestras publicaciones, es indicada claramente en el sitio de Internet del Instituto.
Es sobre esta base, que se desarrolla el apostolado de la Casa San Pío X y de todo el Instituto Mater Boni Consilii.
Es un apostolado que, por el número insuficiente de sacerdotes, no puede satisfacer siempre y en cada lugar, las legítimas exigencias de los fieles: por eso, es necesario entrar en el orden de ideas de que la actual situación de la Iglesia en Europa es similar a la de las misiones.
La Santa Misa no es más celebrada cerca de casa, para asistir es necesario afrontar sacrificios, a veces gravosos; como también para el catecismo de los propios hijos o la propia formación doctrinal y, en general, para todo aquello que permite la santificación de la propia alma.
En las páginas del Diario encontrarán el resumen de todo aquello que hacemos ad majorem Dei gloriam: obviamente no se puede expresar adecuadamente por escrito todos los esfuerzos que esta “pequeña porción de Israel” (tranquilos, es una cita de la Sagrada Escritura, no pertenecemos a la categoría de cristianos sionistas…) trata de hacer para conservar la Fe y santificarse.
Sí, porque para salvarse no basta proclamar la Sede vacante; así como bajo el pontificado de Pío XII, no era suficiente reconocer a Pacelli como pontífice legítimo: el católico debe rezar, debe santificar el día del Señor (y no basta con no ir a la nueva misa, o a la misa en comunión con J.P. II: es necesario también hacer el esfuerzo de participar en la Misa non una cum más cercana), debe ser fiel al propio deber de estado (para quién es soltero, comprender a qué vocación el Señor lo llama; para quien es casado, santificarse en familia; para los estudiantes, conseguir el título de estudio; para quién trabaja, santificarse en la propia profesión u oficio…), debe empeñarse en practicar la virtud (entre las cuales la virtud teologal de la Caridad), etc..
Terminado el verano, con el retomar todas las actividades ordinarias (Misa, Sacramentos, catecismo, visita a los enfermos, bendición de las casas, conferencias, etc.), pongamos nuestras fatigas en manos de San Pío X, el santo patrono que supo conciliar la firmeza doctrinal con la dulzura pastoral.
Que sea este santo pontífice, que fue amigo de los integristas y de los niños, defensor de la sana doctrina y de la belleza litúrgica, quien guíe nuestros pasos y contribuya, a pesar de nuestras limitada posibilidad y capacidad, a Instaurare omnia in Christo.