Tu es sacerdos in aeternum… El Sacerdote participa del Sacerdocio de Cristo, el cual permanece en la eternidad. Si nuestro sacerdocio permanece también en la eternidad, los Pontífices y los Sacerdotes pasan también ellos de este mundo a la Vida eterna. El tiempo sobre esta tierra pasa, y se está entonces extinguiendo poco a poco aquella primera generación de sacerdotes que han conocido la Iglesia en estado de orden, con toda su belleza, y que han vivido pues dolorosamente los terribles años de la crisis conciliar, eligiendo valientemente de continuar fieles al Santo Sacrificio de la Misa que era desterrado y prohibido en todas las iglesias del mundo cristiano. Cuán tristes son, pero al mismo tiempo dulces los recuerdos de aquellos sacerdotes que nos han precedido (y algunos, gracias a Dios, todavía nos acompañan: ad multos annos!) y gracias a los cuales la Fe, el Sacrificio, los Sacramentos, permanecen vivos entre nosotros. Este año nuestro Instituto conmemora los treinta años (¡ya!) de la muerte de uno de ellos, Mons. Michel-Louis Guérard des Lauriers, obispo católico y religioso dominico. Me sea concedido de compartir con vosotros un recuerdo personal. Lo había conocido en el seminario de Econe, donde era docente, el 8 de diciembre de 1974; pero cuando después entré a mii vez en aquel seminario, en octubre de 1977, Padre Guérard, que había predicado el retiro de reingreso, apenas había sido alejado –para siempre- de Econe. Desde entonces, en el seminario fundado por Mons. Lefebvre, se hablaba con temor (temor de ser excluido del seminario, temor de no poder recibir la ordenación sacerdotal) de los “guerardianos” y de los “barbaristas”, los unos los terribles “sedevacantistas” que seguían la tesis del Padre Guérard, los otros del Padre Barbará… Las contradicciones insolubles, llevaron a cuatro jóvenes sacerdotes italianos a dejar la Fraternidad San Pío X y fundar en Turín, el Instituto Mater Boni Consilii: era el 18 de diciembre de 1985. Sabían que la explicación de la crisis abierta por el Vaticano II que nos había sido dada por la Fraternidad, y a la cual habíamos hasta entonces creído, no resistía la prueba de los hechos y no podía conciliarse con la doctrina de la Fe; pero ¿qué otra explicación podíamos encontrar? Ésto, en efecto, no nos era para nada claro. He tenido ocasión de decirlo varias veces: nuestro Instituto ha nacido en Turín en diciembre de 1985, pero sólo el siguiente 24 de septiembre de 1986, en Raveau, ha encontrado su verdadero camino. Dos de nosotros, en nombre de todos los otros, se dirigieron de hecho a Raveau, cerca de Nevers, donde vivía Mons. Guérard des Lauriers. Partimos el 22 de septiembre, para llegar a Raveau el 24, fiesta de la Virgen de las Mercedes. Ahí celebré la Misa, y con mi estupor y conmoción, me acolitó en la Misa el mismo Mons. Guérard. Volvimos el siguiente día para Chémeré-le-Roi, donde se encontraba el Padre de Bligniéres, que había dejado al Padre Guérard a causa de su consagración episcopal. El 29 de septiembre (después de una estadía en París) retornamos a Raveau: Mons. Guérard no creía que nos vería otra vez, y fue con gran gozo que nos bendijo al día siguiente cuando retornábamos a Nichelino. El camino había sido tomado, y ese camino el Instituto no lo ha jamás abandonado.
“Quien quiere ser mi discípulo, reniegue de sí mismo, tome su cruz, y sígame”. Ésta es la condición para ser verdaderos discípulos de Jesucristo, que nos conduce –a Su imagen- al sacrificio por amor. Recorriendo la vida del Padre Guérard des Lauriers, los momentos salientes de su existencia terrena, vemos como él supo ser verdadero discípulo de Jesucristo en el renegar de sí mismo y llevar la cruz en el seguimiento del Maestro. La primera vez, en Roma, en 1926, respondiendo al requerimiento de la Verdad, que llamaba al joven Michel a dejar el mundo, su querida familia, la prospectiva de una fulgurante carrera científica, para abrazar la vida religiosa como hijo de Santo Domingo. El alumno de veinte años de la Escuela Normal Superior dejaba toda cosa para llegar a ser humilde y pobre novicio. La segunda vez, Padre Guérard abrazó la cruz por la defensa del Sacrificio de la Misa: redactó, en 1969, el Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae que le valió al año después –junto al Rector Mons. Piolanti y a otros docentes- de ser alejados de la cátedra romana de la Pontificia Universidad Lateranense. Él que, algunos años antes, había sido uno de los teólogos que sostenía al Papa Pío XII (de quien en el 2018 corren también 60 años de su muerte) en la intención de completar los dogmas marianos con las definiciones de la Mediación y Corredención de María. No atendió a la carrera, a la fama, a los honores, como en vez hicieron muchos otros, sino que abrazó la cruz en el testimoniar públicamente la fe en el Santo Sacrificio de la Misa. La tercera vez, cuando en el otoño de 1977 fue alejado también por Mons. Lefebvre del seminario de Econe. Esta vez la cruz abrazada lo llevaba a rendir público testimonio en favor de la fe en la Iglesia y en el Papado, elaborando la tesis teológica de Cassiciacum por el nombre de los cuadernos que por primera vez la publicaron. En 1979, la Carta a los Amigos y Benefactores N° 16 publicó una misiva de Mons. Lefebvre a Juan Pablo II, en la cual el obispo de Econe proponía un acuerdo vergonzoso; la pública respuesta del Padre Guérard des Lauriers, Monseigneur, nous ne voulons pas de cette paix (Monseñor, nosotros no queremos esta paz), consumó la dolorosa fractura entre los dos. La cuarta vez, en 1981, cuando aceptó el episcopado –más carga que honor- para que pudiera continuar el sacerdocio católico y la Oblación pura. Los jóvenes sacerdotes que lo habían seguido hasta entonces, lo abandonaron, mientras lo golpeaban las “censuras canónicas” de los modernistas que certificaban, por una vez, una verdad: no puede haber comunión entre nosotros y ellos. Fue así que, en 1986, el Instituto encontró a Mons. Guérad des Lauriers, el cual nos acogió como un padre, y colocó en el Instituto todas sus humanas esperanzas. La última gran cruz abrazada, la última renuncia, fue sellada con la muerte, ocurrida en Cosne-sur- Loire el 27 de febrero de 1988. A pesar de su edad avanzada, Mons. Guérard des Lauriers no miraba con nostalgia el pasado, sino que dirigía su mirada hacia el futuro, siempre joven en Aquél “que alegraba su juventud”. Esperaba con ansias la adquisición de la nueva casa del Instituto (será aquella de Verrua) para albergar los jóvenes estudiantes de teología, y vivir junto a nosotros, sin rechazar, según la expresión de San Martín, el trabajo. Al mismo tiempo, estaba perfectamente listo a dejar toda cosa, y la vida misma, si ésta era la voluntad del Señor.
¡Querido Monseñor! Cómo quisiéramos tenerlo todavía entre nosotros, poder tener cerca al Padre que fue para quienes os conocieron demasiado tarde, y que habría ciertamente sido para los jóvenes que siguen vuestros pasos. Pero, os sabemos presente, guiados por la Fe que tiene por objeto las cosas que no se ven, y a vos nos sentimos unidos en la comunión de los Santos. Mientras tanto, con este devoto homenaje, recordamos a los católicos vuestra figura de religioso, de sacerdote, de teólogo y de obispo católico, olvidada de tantos, embarrada por otros, jamás olvidada por nosotros.
Padre Francesco Ricossa
Sodalitium – Il Buon Consiglio N° 36 – Calendario santoral popular 2018