Se necesita -ahora más que nunca- rezar por la Iglesia
El 19 de abril de 2005, los Cardenales reunidos en Cónclave han elegido Sumo Pontífice al Cardenal Joseph Ratzinger, que ha tomado el nombre de Benedicto XVI.
En un comunicado del 5 de abril, también nuestro Instituto, consagrado a Nuestra Señora del Buen Consejo, se unía a todos los fieles católicos en la plegaria y la penitencia: “en la esperanza”, así estaba escrito, “de que Dios quiera abreviar nuestras penas y en la certeza de que, al final, las puertas del infierno no prevalecerán”. Nuestra esperanza ha sido prontamente decepcionada, mientras que nuestra certeza permanece inconmovible.
En ocasión del Cónclave que eligiera a Karol Wojtyla (Juan Pablo II), Mons. Marcel Lefebvre envió a cuarenta cardenales electores, el 6 de octubre de 1978, una carta en la cual escribió, entre otras, estas palabras; de las cuáles no supo, desgraciadamente, sacar todas las lógicas consecuencias: “Un Pontífice digno de tal nombre, y verdadero Sucesor de Pedro, no puede declarar que se dedicará a la aplicación del Concilio y de sus reformas. Estaría ‘ipso facto’ en ruptura con todos sus predecesores, y particularmente con el Concilio de Trento. (…) Sólo la constante reafirmación de la Fe Católica puede ser fuente de unidad. Sólo a este precio se justifica la autoridad del Sumo Pontífice”.
En el discurso pronunciado ante los cardenales al día siguiente de su elección, Benedicto XVI ha declarado, contrariamente: “Por tanto, también yo al disponerme para el servicio que es propio del Sucesor de Pedro, quiero afirmar con fuerza la decidida voluntad de proseguir en el empeño de ejecución del Concilio Vaticano II”.
Por consiguiente, el cardenal Ratzinger no puede, estando esta voluntad claramente manifiesta, ser un verdadero Sucesor de Pedro; a pesar de ser, y permanecer, quién ha sido canónicamente elegido para este gravísimo compromiso.
Las meditaciones de las estaciones del Vía Crucis escritas por el Card. Ratzinger el último Viernes Santo, y la homilía pronunciada durante la celebración “pro eligendo Summo Pontifice”, podían hacer esperar que, con la ayuda omnipotente de la gracia de Dios, el reconocimiento de la grave situación que atraviesa la Iglesia, podría traer el reconocimiento de la causa principal de esta situación: la ruptura con la ortodoxia católica, operada por la nueva doctrina del Vaticano II. El discurso del 20 de abril, abiertamente favorable a algunos de estos errores (la colegialidad episcopal, la “purificación de la memoria”, el ecumenismo, el diálogo interreligioso), parece excluir desde el comienzo nuestra quizás ingenua esperanza.
Por lo tanto, en las iglesias, capillas y oratorios de nuestro Instituto, ha sido y continuará siendo celebrado cotidianamente el Santo Sacrificio de la Misa, sin mencionar en el Canon el nombre del Sumo Pontífice, ya que la Sede Apostólica, desgraciadamente, continúa estando formaliter (formalmente) vacante. Sin embargo, no faltará nuestra oración por el elegido, por todos los prelados, por todos los católicos, y, sobre todo, por la Santa Iglesia de Dios, Católica, Apostólica y Romana; a fin de que tarde o temprano, cuando Dios quiera, cese la tempestad, sea derrotada la herejía, y vuelvan los tiempos felices del triunfo de la Iglesia, para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.
Verrua Savoia, 20 de abril de 2005