“Tenemos un faro de la verdad, Roma. Seamos apasionados de Roma. Tengamos por cierto que el que se ha desafeccionado de Roma ha caído en el error; y no se encuentra un error (fundamental, grave) en el que no exista esta desafección hacia Roma. Pidamos tener este amor a la Verdad y a la Iglesia”.
Las palabras que acabáis de leer son – como muchos habréis intuido – del Padre Francisco de Paula Vallet, fundador de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey. Que nadie piense que, en la actual situación de tinieblas y tormenta, hayan dejado de estar de actualidad o que incluso induzcan a error. Ellas no son sino la expresión de las palabras del Evangelio, las cuales nos transmiten la voz de Aquél que es la Verdad: “El que a vosotros oye, a mí me oye, y el que a vosotros desecha, a mí me desecha, y el que me desecha a mí, desecha al que me envió” (Lucas, X, 16). “Porque Cristo – comenta Pío XII en su encíclica Mystici Corporis – es quien vive en su Iglesia, quien por medio de ella enseña, gobierna y confiere la santidad”: vive comunicando Su vida divina, enseña con Su magisterio, gobierna con Sus leyes y confiere la santidad a través del divino Sacrificio y de Sus Sacramentos. Precisamente por ello no podemos reconocer en los últimos ocupantes de la Sede Apostólica al Vicario de Cristo, puesto que han contradicho el magisterio de la Iglesia, han violado sus leyes y adulterado la Misa y los Sacramentos. Tampoco podemos reconocer en su voz la voz del Buen Pastor o la de Su Iglesia.
Esta trágica realidad, que pone a prueba nuestra Fe (y que de dicha prueba ha de salir reforzada), no desmerece en nada las palabras del Padre Vallet y de todo buen católico. Roma, es decir, la Roca inquebrantable sobre la cual ha sido fundada la Iglesia, es siempre Faro de verdad, ayer y hoy. “¿Queréis iros vosotros también?” preguntó Jesús a sus Apóstoles. “Señor, ¿a quién iríamos?” – respondió Pedro – “Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan VI, 67-68). ¿A quién iríamos? No hay otro Maestro que Cristo (Mateo XXIII, 8), y no hay otra Maestra que no sea Su Iglesia.
Por lo tanto aún hoy, hoy más que ayer, el católico encuentra en la enseñanza auténtica de la Iglesia una doctrina segura y brillante que solo puede conducir a la Verdad, que es Cristo, y a la salvación eterna. Dichas enseñanzas permanecen desconocidas para la mayoría, y precisamente por esto son pocos los que se dan cuenta de la contradicción existente entre las herejías de los modernistas (que permanecen siendo tales aunque se hagan pasar por la voz de la Iglesia) y la doctrina católica, negada a la vez que ignorada. Buscamos en maestros profanos, en la sabiduría de este mundo, en determinados filósofos o políticos, aquella doctrina sólida y salvífica que éstos no nos pueden ofrecer, pero que la tenemos al alcance de la mano en el catecismo de nuestra niñez (el de San Pío X) y en los documentos pontificios y conciliares donde filosofía, teología y derecho se nos presentan en todo el esplendor de la verdad, iluminados por la Revelación Divina.
Todavía recuerdo con agrado las clases que Mons. Lefebvre (lo recuerdo pese a todo aquello que nos divide) impartía a los seminaristas del primer año, en una asignatura que él ideó: la de “Actas del Magisterio”. De estas actas del magisterio bebe nuestro Instituto, como si de una fuente se tratase, y a su vez las queremos dar a conocer y transmitir a todos.
El calendario 2020 tiene, pues, este objetivo: invitaros, en el curso de este año que Dios nos regala por Su bondad, a leer y a meditar los documentos del magisterio pontificio, que no tienen fecha de caducidad y nunca “pasan de moda”, con el fin de que sean luz para nuestra mente y alegría para nuestro corazón. Y esto no solo con respecto a los textos que hemos seleccionado, sino a todos los que hemos recibido de la Esposa de Cristo. Al instituir el escapulario de Ntra. Sra. del Buen Consejo, el Papa León XIII quiso que sobre dicho escapulario fuese impresa la imagen de Genazzano y la Tiara con las llaves pontificias, con esta inscripción: Filii, acquiesce consiliis ejus (Hijo, obedece sus consejos; cf. Génesis XXVII, 8): los de Jesús, los de María, los de la Iglesia. Mater Boni Consilii, ora pro nobis!