Padre Francesco Ricossa
En los últimos años se está extendiendo cada vez más la práctica masónica de la cremación, que
consiste en la destrucción violenta del cadáver humano por medio del fuego o de un gran calor.
Nos parece entonces no sólo oportuno sino urgente, recordar a nuestros lectores la disciplina de la
Iglesia Católica codificada en el Código de Derecho Canónico promulgado por el Papa Benedicto XV
en 1917 y que, dada la vacancia formal de la Sede Apostólica, todavía está en vigor.
La ley de la Iglesia prohíbe expresamente las siguientes acciones:
- cremar un cuerpo;
- cooperar formalmente a la cremación;
- dar orden de que el cuerpo propio o el de otro sea cremado;
- formar parte de una sociedad de la que los miembros se comprometen a hacer cremar el cuerpo
propio o el de personas de las que puedan disponer; - dar la absolución sacramental a una persona que ha ordenado que su cuerpo sea cremado y
que no quiere revocar dicha orden; dar a esta misma persona, después de su muerte, la sepultura ecle-
siástica (cánones 1203; 1240, §1, no 5; 2339).
El Instituto Mater Boni Consilii se atiene a esta legislación.
Diez motivos (entre muchos otros) para oponerse a la cremación
La Iglesia considera la práctica de la cremación de los cadáveres “una práctica bárbara que no
sólo repugna a la piedad cristiana, sino también a la piedad natural hacia los cuerpos de los difuntos, y que la Iglesia, desde sus orígenes, ha prohibido constantemente” (Instrucción de la Sagrada Congrega-
ción del Santo Oficio, 19 de junio de 1926).
Trataré de enumerar algunas razones por las que no es conveniente proceder a la cremación de
los cadáveres.
- Porque Nuestro Señor Jesucristo mismo quiso ser sepultado (Jn. XIX, 40), de acuerdo con toda
la tradición del Antiguo Testamento. - Porque la cremación parece querer significar que los cuerpos son descompuestos y dispersos
para siempre, mientras que el rito contrario de inhumación acompaña la idea de la muerte comparada
al sueño (Jn. XI, 11-39) y expresa con más fidelidad la fe cristiana en la resurrección final. - Porque la inhumación expresa el símbolo cristiano y bíblico del cuerpo considerado como una
semilla que da lugar a una nueva vida: “si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda sólo,
pero si muere, da mucho fruto” (Jn. XII, 24; ver también 1 Cor. XV, 36-44). - Porque toda la liturgia de la Iglesia honra el cuerpo del difunto, que ha sido templo del Espíritu
Santo, y está destinado a resucitar de la muerte, mientras que la cremación lo destruye violentamente
por el fuego, símbolo del fuego eterno… - Porque la Iglesia siempre ha practicado el culto de las reliquias de los Santos, mientras que ha
reservado la pena del fuego para los cuerpos de los herejes impenitentes. - Porque los primeros cristianos ya la tenían en horror, como atestigua el pagano Minucio Félix:
los cristianos, escribe, execrantur rogos, et damnunt ignium sepulturas. - Porque por todas partes por donde se difundió el Evangelio, desapareció la cremación.
- Porque la cremación ha sido restablecida por los enemigos de la Iglesia, primero con la revolución francesa, y luego en el siglo XIX, para negar la resurrección de la carne y para combatir a la Iglesia.
- Porque es la secta masónica la que ha promovido y promueve las asociaciones en favor de la
cremación. - Porque es la misma secta la que solicitó y obtuvo (bajo Pablo VI) la modificación de la ley eclesiástica contra la cremación, enésima concesión de los neo-modernistas a los enemigos de la Iglesia.
La masonería y las asociaciones en favor de la cremación
Quien, hoy en día, desee ser cremado después de la muerte, se dirigirá a la más cercana asocia-
ción en favor de la cremación, la So.crem, por ejemplo. En los diversos sitios web de estas asociacio-
nes, aun cuando se recuerda su historia, nunca se menciona a la masonería. Pero sí se hallan los nom-
bres de los “padres fundadores” de las distintas asociaciones en favor de la cremación. Veamos quie-
nes eran …
Después del intento de introducir la cremación durante la revolución francesa (con un proyecto de
ley en el Consejo de los Quinientos, el 11 de noviembre de 1797), hubo que esperar hasta la segunda
mitad del siglo XIX para ver el nacimiento, precisamente en Italia, de un activo movimiento cremacionista.
La más antigua asociación para la cremación en Italia es la de Milán, y se remonta a 1876. En
resumen, se difundieron varias asociaciones para la cremación, especialmente en el norte del país: en Pavía en 1881, Turín, Livorno, Firenze y Venecia en 1882, en Bolonia en 1889, en Génova en 1897, etc. La ley sanitaria que la autoriza es de 1888 (gobierno Crispi, masón), mientras que en Francia una ley similar se remonta al año anterior.
Y veamos algunos nombres. En Milán, promotores de la cremación de cadáveres son (según el sitio de internet de la So.crem) Malachia de Cristoforis, Gaetano Pini, Giuseppe Mussi, Agostino Bertani… y la misma sociedad se enorgullece de una carta de Giuseppe Garibaldi, con la que “el Héroe de los dos mundos” se dice inscripto en la asociación para la cremación. Todos exponentes de primer plano del mundo político de entonces. Pero no únicamente…
Giuseppe Mussi, en efecto, fue Gran Maestre de la Gran Logia del Rito Simbólico Italiano (RSI) de 1885 a 1886: fue sucedido precisamente por Gaetano Pini. Malachia de Cristoforis estuvo en el Consejo de la Orden del Gran Oriente; Agostino Bertani, en la Logia Propaganda del G.O.I. En cuanto a Garibaldi, nadie ignora que era Gran Maestre del Gran Oriente de Italia. Ambrogio Viviani en su Historia de la Masonería lombarda (Bastogi, 1992, pág. 118), escribe: “Una de las actividades masónicas de este período se ejerce en el campo de la cremación (…). En Milán, en 1876, se constituye la ‘Società di cremazione’, por iniciativa de Malachia de Cristoforis, Gaetano Pini, Giuseppe Polli, Giovanni Sacchi, Giuseppe Pozzi; en los años sucesivos surgen la Sociedad de cremación de Cremona y Brescia (1883), de Varese (1884), de Mantua (1888), de Bérgamo y Monza (1886). El Templo crematorio de
Milán, debido a la obra de los Hermanos, se inauguró en 1884”.
Pasemos a Livorno. La Sociedad para la cremación era como un “doble” de la Serenísima Gran Logia del Rito Simbólico Italiano: a la cabeza de las dos asociaciones Carlo Meyer y Federico Wasmuth, ambos presidentes de la Serenísima Gran Logia de la RSI, y Alceste Cristofanini, del RSI, igualmente Gran Maestre honorario del Gran Oriente.
Turín no es una excepción. El So.crem local cita los nombres del Dr. Jacob Moleschott, pero omite decir que él era un hermano masón, así como los otros pioneros y correligionarios israelitas, Cesare Goldmann (1) y Luigi D’Ancona. Los tres primeros presidentes de la So.crem subalpina son tres eminentes masones: así Ariodante Fabretti, carbonario, miembro de la Giovane Italia, pero también del Consejo Supremo del 33o del Rito Escocés; Tommaso Villa (que fue presidente de la Cámara y Senador del Reino) y Luigi Pagliani. Y podríamos seguir… Todos estos nombres se hallan en las obras de historia de la Masonería, por ejemplo, en la de A.A. Mola (ed. Bompiani, 1976).
2), pero en realidad la atmósfer a sigue siendo la de aquellos tiempos en que con ritos crematorios (y ahora con las “salas de despedida” en el “templo crematorio”) se quiso crear una “muerte laica” para reemplazar las ceremonias del catolicismo. Fuera de Italia, la asociación por la eutanasia
ostenta orgullosamente su estrecha colaboración con el U.A.A.R. (Unión de Ateos Agnósticos Racionalistas) y la So.crem (Sociedad para la cremación). Hoy como ayer nada ha cambiado realmente.
(Sodalitium no 60)
Notas
- Debe tratarse del mismo Cesare Goldmann, también masón israelita, que financió Il Popolo d ’Italia y se puso a disposición de los recién nacidos Fasci de combatimento (inicio del movimiento fascista de Mussolini), el Salón de la Sociedad Industrial y comercial de Milán, ubicado en Piazza San Sepolcro no 9, para la histórica asamblea del 23 de marzo 1919.
- Por supuesto, los cremacionistas citan (para convencer a los católicos) la frase que dice que la cremación no es mala en sí misma y que en todo caso ya no está prohibida. Pero omiten otra frase del texto en donde todavía se recuerda que “la Iglesia siempre se ha aplicado a inculcar la inhumación de los cadáveres, sea rodeando a tal acto de ritos destinados a realzar su significado simbólico y religioso, sea imponiendo penas canónicas a quienes obrasen contra una práctica tan saludable (…). Debe velarse en particular para que sea fielmente mantenida la costumbre de enterrar los cadáveres de los fieles; por lo que los ordinarios cuidarán, con oportunas instrucciones y amonestaciones, que el pueblo cristiano se aparte de la cremación de los cadáveres (…)”.
Palabras al viento, ¡y se lo podía y debía prever! Todo lo que quedó del decreto de 1963, es, como se dice, ¡“que la Iglesia ya no prohíbe la cremación”! El golpe estaba preparado desde tiempo atrás, como lo atestigua una carta del obispo Bruno B. Heim, colaborador en su momento del nuncio Angelo Giuseppe Roncalli (futuro Juan XXIII) en la nunciatura de París, que escribe que el Barón Marsaudon, amigo de Mons. Roncalli, “vino (a verlo) para proponer la abolición de la prohibición de la cremación; según sus dichos, no tenía más nada que ver con la ideología masónica” (en Controrivoluzione, no 67-68/2000, pág. 28). Ah, lástima que Marsaudon fuera Ministro de Estado del Consejo Supremo de Francia del Rito Escocés Antiguo y Aceptado…