¿Ratzinger protestante? En un 99%…
(Sodalitium N° 33)
Padre Francesco Ricossa
Nadie más que los especialistas le hubiera prestado atención, si el mensual “30 Giorni” y el hebdomadario “IlSabato”, revistas ligadas al movimiento italiano Comunión y Liberación no le hubieran dado, con razón, esta importancia.
Hablaré de la intervención del “Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe”, Joseph Ratzinger, el 29 de junio de 1993, en Roma, en el Centro Evangélico de Cultura de la comunidad valdense local.
El texto íntegro de las intervenciones de Ratzinger y del profesor valdense Paolo Ricca fue publicado por la revista “30 Giorni”, nº 2, febrero del ‘93, bajo el título redaccional (pero significativo) de “Ratzinger, el prefecto ecuménico”.
Se hallará un complemento indispensable de esta lectura en el número siguiente de este mensual (marzo ‘93, nº 3), bajo el título redaccional no menos significativo: “Los hijos de Lutero y el Cardenal”. Se trata aquí de la entrevista concedida por el teólogo luterano Oscar Cullmann al hebdomadario italiano “Il Sabato” (nº 8, 20 de febrero de 1993, págs. 61-63).
He aquí, para los lectores de “Sodalitium”, un resumen de las ideas del “Cardenal” Ratzinger (fue por él que Mons. Guérard des Lauriers tuvo el honor de ser “excomulgado”), ideas sobre la Iglesia y el ecumenismo. La primera propuesta del mismo es la de verificar mis fuentes en las revistas arriba citadas; igualmente la de juzgar si Ratzinger es todavía católico o bien, como parece manifiesto, no lo es más.
Es Cullmann quien habla por boca de Ratzinger
Cuando el Papa San León Magno, por intermedio de sus legados, intervino en el Concilio de Calcedonia, los Padres del Concilio declararon: “Es Pedro quien habla por boca de León”.
Son los valdenses quienes hablan por boca de Ratzinger, se está tentado de decir al leer la intervención de éste ante aquellos. Las palabras son de Razinger, las ideas de Cullmann. Así no hay que sorprenderse de que los valdenses “estén de acuerdo en un 99 %, por no decir en un 100 %” (Ricca, 30 Giorni, pág. 69), con Ratzinger.
Pero, ¿quién es Cullmann?
Cullmann nació en 1902, en Estrasburgo, patria del reformador protestante Bucer, al cual apela gustosamente (30 Giorni, ed. fr., marzo ‘93, pág. 12). Alsaciano, vió en eso un “hecho providencial”; en efecto, en Alsacia la población es mitad católica, mitad protestante.
Estudió teología “bajo la dirección de Loisy, en París” (Ardusso-Ferreti-Pastore-Perone, La Teología contemporánea, Marietti, 1980, pág. 108). Ciertamente el exégeta modernista y excomulgado no es un buen maestro. Pero Bultmann es todavía peor; fue ante él, “el gran desmistificador de los Evangelios” (30 Giorni, ed. fr., marzo ‘93, pág. 13) que Cullmann sostuvo su tesis sobre la “Formgeschichte” (ídem, pág. 13). A continuación ellos se separaron “radicalmente”, pues Bultmann interpreta la Biblia por medio de la filosofía (existencialista), mientras que Cullmann no acepta ninguna mediación. Sin embargo, este último no abandona la visión protestante de las Escrituras, ni “el método de la historia de las formas” (Formgeschichte methode) de Bultmann, según el cual la “tarea del exégeta consiste en descubrir el núcleo esencial de la Biblia; Cullmann lo halló en la historia de la salvación” (Ardusso, op. cit., pág. 110).
Cullmann enseñó, entre otras, en la facultad (libre) de teología protestante de París (1948-1972) y en la facultad de teología valdense de Roma. Participó en el Concilio Vaticano II como observador y Pablo VI habló de él como de “uno de sus mejores amigos” (30 Giorni, n° 3, pág. 12). “Durante el Vaticano II, Cullmann, huésped personal del Secretariado para la unidad de los cristianos, contribuyó a determinar la orientación bíblica cristocéntrica e histórica de la teología conciliar (…); más recientemente Cullmann propuso un modelo de ‘comunidad de Iglesia’ en su libro ‘Unidad en la diversidad’ (Brescia, 1988), modelo del que Ratzinger hizo justamente el elogio en su intervención, el pasado 29 de enero, en la iglesia valdense de Roma” (Il Sabato, pág. 62).
Fue durante el Concilio que Cullmann conoció a Ratzinger y lo consideró como “el mejor entre los teólogos expertos, los especialistas” (…). Con “una reputación de progresista avanzado” (30 Giorni, marzo ‘93, pág. 13). Desde entonces se estableció una correspondencia entre ellos, primero sobre problemas de exégesis; después -como declaró Cullmann- “se reforzó la correspondencia, especialmente respecto de mi propuesta de modelo (…) de ‘unidad en la diversidad’. Una propuesta que el cardenal apreció en privado y en público, como ya hemos dicho” (30 Giorni, n° 3, pág. 13).
Cullmann está particularmente contento por una carta en que Ratzinger le escribe “siempre haber aprendido” a través de sus trabajos, “aún cuando no estuviera de acuerdo”. Y Cullmann comenta: “Unidos en la diversidad” (30 Giorni, n° 3, pág. 13).
“La obra de Cullmann (…) se cuenta entre las que más han contribuido al diálogo entre católicos y protestantes” (Ardusso, op. cit., pág. 112), aunque él permanezca firmemente adherido a la herejía, negando explícitamente la infalibilidad de la Iglesia Católica y el primado de jurisdicción de Pedro y sus sucesores (cf. Ardusso, op. cit., pág. 112; 30 Giorni, n° 3, pág. 12). En consecuencia, un puente entre católicos y protestantes para hacer pasar a los católicos al protestantismo (mientras les hacen creer además que permanecen católicos; “unidos” sí, pero … ¡“en la diversidad”!).
La conferencia a los valdenses
Habiendo enseñado en la facultad valdense de teología de Roma, Oscar Cullmann conoció bien a los valdenses instalados en la ciudad. Quizás fue él quien los propuso a su “discípulo” Ratzinger, como buen auditorio para exponer y lanzar sus ideas comunes.
La entrevista del 29 de enero de Ratzinger con el profesor Ricca (protestante valdense) trató sobre un doble tema: primero y sobre todo, el ecumenismo en general y el Papado; después, sobre el testimonio. Para ser todavía más precisos: ¿Qué solución ecuménica aportar a la cuestión del Papado? ¿Cómo relanzar el ecumenismo en crisis? ¿Cómo dar un testimonio común?
No creo traicionar el pensamiento de Ratzinger al resumirlo en los siguientes puntos, dejando para luego el comentarlos más ampliamente:
1) El ecumenismo es una necesidad fundamental, indiscutible.
2) El Papado es la piedra de tropiezo.
3) El ecumenismo tiene un fin último: “la unidad de las iglesias en la Iglesia”.
4) Este fin último se realizará de una forma todavía desconocida.
5) El ecumenismo tiene igualmente por fin próximo “una etapa intermedia”, cuyo modelo es “la unidad en ladiversidad” de Cullmann.
6) Esta etapa intermedia se realiza por medio de una continua “vuelta a lo esencial”…
7) … favorecida por una purificación recíproca de las iglesias.
El ecumenismo
“El ecumenismo es irreversible”, le gusta repetir a Karol Wojtyla. Joseph Ratzinger va más lejos: “Dios es el primer agente de la causa ecuménica”; y “el ecumenismo es ante todo una actitud fundamental, una manera de vivir el cristianismo. No es un sector particular, al lado de otros sectores. El deseo de unidad, el compromiso a favor de la unidad pertenece a la estructura del mismo acto de fe, ya que Jesucristo vino para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos” (30 Giorni, ed. fr., febrero ‘93, pág. 68). “El ecumenismo” (o “unión de los cristianos”, Pío XI) no se concibe como un “retorno de los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo, de la cual un día desdichadamente se alejaron” (Pío XI, Mortalium Animos, Carta Encíclica del 6/1/1928); y no es más un método o una iniciativa entre otras de la actividad de la Iglesia. Es el fundamento de la vida cristiana y el elemento constitutivo del mismo acto de fe. Para Ratzinger no se puede tener fe sin ser ecumenista; para Pío XI no se puede tener fe si se es ecumenista: “cuantos se adhieren a tales opiniones y tentativas, se apartan totalmente de la religión revelada por Dios” (Pío XI, Mortalium Animos).
Con mucha lucidez el valdense Ricca expone el problema (sin que Ratzinger lo contradiga): “(…) hoy la crisis del ecumenismo se debe esencialmente al hecho de que las iglesias no han cambiado bastante para la causa del ecumenismo. (…) Ahora bien, el ecumenismo reclama ciertamente, con la paciencia de la que habla el cardenal Ratzinger, cambios profundos. En cierto punto, o es la iglesia la que cambia, o es el ecumenismo el que entra en crisis. (…) Se comprende que este discurso vale para todas las iglesias” (30 Giorni, op. cit., pág. 71). En suma, o bien es la Iglesia la que perece y el ecumenismo vive; o bien es la Iglesia la que vive y el ecumenismo perece (pues para la Iglesia cambiar sustancialmente equivale a perecer). Ahora bien, el ecumenismo es irreversible; luego la “Iglesia” (tal como es hoy, tal como era sobre todo antes del Concilio) debe perecer. De allí la cuestión del Papado: o cambiar con la Iglesia o perecer con ella.
El Papado: “el mayor obstáculo al ecumenismo”
Pablo VI dixit. Y el hereje Ricca lo recuerda complacido: “El Papado, se sabe, es el nudo crucial de la cuestión ecuménica, pues por un lado funda la unidad católica y por otro, por expresarme un poco brutalmente, impide la unidad cristiana [léase: el ecumenismo, n.d.r.]. Esto ha sido reconocido muy valientemente, debo decirlo, por el Papa Pablo VI, en un discurso del año 1967, discurso en que dijo justamente (creo que es el único Papa que lo dijo), que el Papado es el mayor obstáculo al ecumenismo. Un discurso muy noble [¡es un hereje el que habla!, n.d.r.] no solo a causa de estas palabras, sino en conjunto. Nos hallamos pues, con el Papado, ante un verdadero punto muerto” (30 Giorni, op. cit., pág. 70). En consecuencia, si un dogma de Fe (Ricca es el único en recordar que se trata de un dogma), que “es además el fundamento de la unidad católica”, es un obstáculo, el único obstáculo al ecumenismo, Pablo VI, Ratzinger y todos nosotros deberíamos concluir: el ecumenismo debe perecer. Pues es imposible que una verdad revelada por Jesucristo para fundar la unidad querida por Él, pueda ser un obstáculo… ¡a la unidad! [De hecho el Papado no es un obstáculo, sino el único medio para participar de la unidad de la única Iglesia: “Ahora bien, en esta única Iglesia de Cristo nadie vive y nadie persevera, que no reconozca y acepte con obediencia la suprema autoridad de Pedro y de sus legítimos sucesores” (Pío XI, Mortalium Animos)].
Ratzinger lo sabe bien, pero no le es posible hablar libremente como su “colega” (es así que él califica a Ricca).
Por eso comienza esquivándose: “En efecto, pienso que el Papado es sin duda el síntoma más palpable de nuestros problemas, pero este problema no puede ser bien interpretado si no se lo coloca en un contexto más amplio. Por eso pienso que si se aborda inmediatamente [como estaba previsto en el programa] este problema no ofrece una solución fácil” (30 Giorni, op. cit., pág. 66). En suma, si se habla del Vaticano I, la utopía ecuménica muere inmediatamente, los equívocos se disipan, Cullmann mismo no estaría más de acuerdo, los verdaderos católicos comprenderían la maniobra.
Entonces se sale por la tangente y lanza la fórmula de Cullmann: “Unidad en la diversidad” (volveremos a ello).
Pero, finalmente, hace bien en llegar al problema del Papado. ¿Qué propone entonces Ratzinger? No el primado de jurisdicción que la Fe atribuye al Papa, evidentemente.
“Según nuestra fe”, explica Ratzinger, “el ministerio de la unidad fue confiado a Pedro y a sus sucesores” (30 Giorni, pág. 68). Pero, ¿en qué consiste este “ministerio de la unidad”? Ratzinger no lo dice. Para la Iglesia consiste en el primado de jurisdicción (autoridad) del Papa sobre todos los simples fieles.
Para Cullmann consistiría como máximo (¡qué bondad de su parte!) en un primado de honor (lo cual es una herejía: DS 2593): “Considero que el ministerio de Pedro es un carisma de la Iglesia Católica, del cual también nosotros protestantes, debemos sacar enseñanzas”, dice (30 Giorni, ed. fr., marzo ‘93, pág. 12), pero continúa: “El Papa es obispo de Roma y como tal se le podría conceder una presidencia en la ‘comunidad de Iglesias’ que he propuesto. Personalmente, lo vería bien en la función de garante de la unidad. Se lo podría aceptar, mientras no tuviera jurisdicción sobre toda la cristiandad, sino un primado de honor” (30 Giorni, ed. fr., marzo ‘93, pág. 12).
Para Ricca hay tres posibilidades: “O bien el Papado permanece y permanecerá (…) más o menos lo que es hoyy entonces tendríamos que pensar que la unidad, precisamente, será un don final que se nos concederá cuando Jesucristo vuelva [en otras palabras: “¿nosotros, someternos al Papa? ¡nunca jamás!”, n.d.r.]. La segunda posibilidad es que el Papado cambie. Que cambie en lo que podríamos llamar una especie de reconversión ecuménica del Papado. (…) Simplificando, hasta el presente yo estaba al servicio de la unidad católica; a partir de ahora, me pongo al servicio de la unidad cristiana (…) [Papa = presidente de una nueva iglesia ecuménica, n.d.r.]. (…)
“Por el contrario, la tercera hipótesis es la siguiente: el Papa permanece lo que es, pero no se propone como eje central de la unidad cristiana, sino simplemente como centro de la unidad católica (…) Las iglesias podrían proceder así, reconociéndose recíprocamente como iglesias de Jesucristo realmente unidas y realmente diferentes entre sí, dándose cita periódicamente en un Concilio verdaderamente universal (…)” (Papa = jefe de una iglesia cristiana entre otras unidas en un consejo ecuménico, n.d.r.) (30 Giorni, ed. fr., págs. 70-71).
Para Ratzinger, ¿en qué consiste la función del Papa? Ya lo dije: Ratzinger se calla, o más bien no reafirma la Fe Católica (primera hipótesis de Ricca) y deja entrever que la tercera hipótesis podría ser la etapa intermedia y la segunda, la etapa final. Por ahora, recuerda que “las iglesias ortodoxas (heréticas y cismáticas, n.d.r.) no deberían cambiar mucho su organización interna, casi nada, en caso de unidad con Roma” (30 Giorni, febrero ‘93, ed. fr., pág. 68) y “que en sustancia”, esto “vale no solamente para las iglesias ortodoxas, sino también para las nacidas de la Reforma” (30 Giorni, febr. ‘93, pág. 69). Él incluso estudió, con amigos luteranos, diversos modelos posibles de “Ecclesia Catholica confessionis augustanae” (“Iglesia Católica de la Confesión de Augsburgo”, que seguiría, dicho de otro modo, las herejías protestantes de la “Confesión de Augsburgo”, suerte de “credo” protestante presentado por el heresiarca Melanchton a Carlos V; cfr. 30 Giorni, febr. ‘93, pág. 68).
¿Acaso no hay semejanzas con las proposiciones (heréticas) de Cullmann y de Ricca (segunda versión)? Tendríamos una Iglesia presidida por el Papa con una rama “ortodoxa” que permanece “ortodoxa”, y una protestante que permanece protestante. Por otra parte, para Ratzinger los “ortodoxos” (y, mutatis mutandis, los protestantes) “tienen una manera diferente de garantizar la unidad y la estabilidad de la fe común, una manera diferente que la que tenemos nosotros en la Iglesia Católica de Occidente” (es decir; para los “ortodoxos”, liturgia y monaquismo) (30 Giorni, febr. ‘93, pág. 68).
Ahora bien, ¿cómo no ver que la liturgia y el monaquismo de los “ortodoxos” (así como la Biblia para los protestantes) han sido absolutamente insuficientes para garantizar la unidad y la Fe?
En efecto, a pesar de la liturgia, el monaquismo y la Biblia, ¡“ortodoxos” y protestantes no son menos cismáticos (sin unidad) y herejes (sin Fe)! Querer reducir los dogmas de Fe y lo que los preserva; es decir, la condenación del error (institucionalizada entre los católicos bajo la forma del Santo Oficio del que el Papa es Prefecto) a características, no de la Iglesia Católica (= universal), sino a particularidades de la rama occidental (y romana) de la Iglesia, he aquí lo aberrante. Y ciertamente no son las citas del teólogo “ortodoxo” Meyendorff, las que dan al “prefecto ecuménico” un certificado de catolicidad (él, que “critica el universalismo bajo su forma romana, pero también critica, para retomar su expresión, el regionalismo tal como se formó en el curso de la historia en las iglesias ‘ortodoxas’ ”- Ratzinger, 30 Giorni, marzo ‘93, pág. 68). En el fondo es la aberración de Ricca, lo que propone a su vez Meyendorff: las iglesias, todas las iglesias, sin exceptuar a la Iglesia Católica, deben cambiar profundamente para asegurar el ecumenismo.
En suma, Pío XI puso el dedo en la llaga cuando escribió (y podría pensarse que hablaba de Cullmann): “Mas hay quienes afirman y conceden que el llamado protestantismo ha desechado demasiado desconsideradamente ciertas doctrinas fundamentales de la fe y algunos ritos del culto externo (…) los que la Iglesia Romana por el contrario aún conserva; añaden sin embargo en el acto, que ella (…) corrompió la religión primitiva por cuanto agregó y propuso como cosas de fe algunas doctrinas no solo ajenas sino más bien opuestas al Evangelio, entre las cuales se enumera especialmente el Primado de jurisdicción que ella adjudica a Pedro y a sus sucesores en la Sede Romana. En el número de aquellos, aunque no sean muchos, figuran también los que conceden al Romano Pontífice cierto Primado de honor o alguna jurisdicción o potestad de la cual creen, sin embargo, que desciende no del derecho divino sino de cierto consenso de los fieles. Otros en cambio aún avanzan a desear que el mismo Pontífice presida sus asambleas, las que pueden llamarse ‘multicolores’. Por lo demás, aún cuando podrán encontrarse a muchos no católicos que predican a pulmón lleno la unión fraterna en Cristo, sin embargo, se hallarán pocos a quienes se les ocurre que han de sujetarse y obedecer al Vicario de Jesucristo” (Pío XI, Mortalium Animos). Se pueden constatar que desde 1928 los protestantes no han dado un solo paso adelante, mientras que nosotros católicos tuvimos que ver las peores cosas, como la presencia del “Papa” en las “asambleas multicolores” de los no católicos.
Fin último: la unidad de la Iglesia
Pero volvamos a Ratzinger. Para evitar abordar el problema del Papado, comienza su discurso con el ecumenismo. En éste, “la finalidad última es, evidentemente, la unidad de las iglesias en la Iglesia única” (30 Giorni, pág. 66). Es, “la unidad de la Iglesia de Dios a la cual tendemos” (30 Giorni, nº 2, pág. 67). El fin al que Ratzinger quiere dirigirnos es erróneo desde la partida. Si la “Iglesia es única”, ¿qué hacer con “las iglesias”? Esta “Iglesia única”, ¿es sí o no la Iglesia Católica? O bien, ¿la Iglesia Católica es una de esas “iglesias” que deben unirse (cada vez más) en el futuro para formar “la Iglesia única”? Una de dos: o bien Iglesia única = Iglesia Católica; el fin ya está alcanzado, la Iglesia ya es “una”, no queda al ecumenismo mas que un objetivo a conseguir, la abjuración de los herejes y cismáticos de sus errores, y las “iglesias” no son mas que sectas y grupos que no deben unirse sino desaparecer.
O bien Iglesia única = unión más o menos estrecha de “iglesias” más o menos diferentes, y aquí Ratzinger nos administra el veneno del error condenado por Pío XI en Mortalium Animos: “Y aquí se nos ofrece ocasión de exponer y de refutar una falsa teoría de la cual parece depender toda esta cuestión, y en la cual tiene su origen la múltiple acción y confabulación de los acatólicos que trabajan, como hemos dicho, por la unión de las iglesias cristianas. Los autores de este proyecto no dejan de repetir casi hasta infinitas veces las palabras de Cristo: ‘Sean todos una misma cosa… Habrá Un solo rebaño, y un solo pastor’ (Juan XVII, 21; X, 16) mas de tal manera las entienden, que, según ellos, sólo significan un deseo y una aspiración de Jesucristo, deseo que todavía no se ha realizado. Opinan, pues, que la unidad de fe y de gobierno, nota distintiva de la verdadera y única Iglesia de Cristo, no ha existido casi nunca hasta ahora, y ni siquiera hoy existe: podrá, ciertamente, desearse, y tal vez algún día se consiga, mediante la concorde impulsión de las voluntades; pero entre tanto, habrá que considerarla sólo como ideal. Añaden que la Iglesia, de suyo o por su propia naturaleza, está dividida en partes; esto es, se halla compuesta de varias comunidades distintas, separadas todavía unas de otras, y coincidentes en algunos puntos de doctrina, aunque discrepantes en lo demás, y cada una con los mismos derechos exactamente que las otras” (cfr. Pío XI, Mortalium Animos, Carta Encíclica del 6 de enero de 1928 contra el ecumenismo).
¡Qué el “prefecto ecuménico” se explique! ¿La única Iglesia de Cristo existe ya, sí o no? ¿Es la Iglesia Católica, sí o no?
¿Qué será de la Iglesia del futuro?
Desgraciadamente, ¡Ratzinger ya se ha explicado demasiado! El fin último (la unión de las iglesias en la Iglesia) es para el futuro, un futuro lejano y… desconocido.
“Tal es entonces el objetivo, la finalidad última de todo trabajo ecuménico: llegar a la unidad real de la Iglesia [¿será inexistente en la hora actual?, ¿una simple apariencia?, ¿irreal?, n.d.r.], la cual implica una multiplicidad de formas que, por ahora, no podemos definir todavía” (30 Giorni, nº 2, pág. 66). Y también dijo: “Por el momento, no osaría sugerir para el futuro realizaciones concretas, posibles y pensables” (30 Giorni, nº 2, pág. 68).
Como buen protestante, Ricca ha apreciado mucho estas expresiones de Ratzinger. En efecto, ellas coinciden con su propio pensamiento. Después de haber recordado los ocho siglos de lucha entre valdenses y católicos, Ricca añade: Entonces, “¿Por qué estamos juntos? Estamos juntos porque, si es verdad que sabemos bien quiénes somos y bastante bien quienes hemos sido, no sabemos todavía en cambio quiénes seremos. Y la misma reserva del cardenal en cuanto a no proponer modelos, precisamente la confesión de no saber, es justamente esta actitud lo que en el fondo nos une” (30 Giorni, nº 2, pág. 69). ¡Unidos, valdenses y del Vaticano II, en el hecho de no saber como será la Iglesia! (Ya que, como explica Ricca, o las iglesias cambian o el ecumenismo muere). Que un protestante se reconozca en la idea de una iglesia futura desconocida, pase todavía; pero, ¿un católico? ¿Cómo conciliar todo esto con la indefectibilidad de la Iglesia? ¿Qué otro modelo de Iglesia puede ser propuesto a los protestantes sino aquel querido por Cristo, fundado sobre San Pedro? ¿Cómo un “cardenal” puede no saber como debe ser la Iglesia, cuando Cristo la fundó hace dos mil años?
Ratzinger parece tener de la Iglesia la concepción que Teilhard tenía de Dios: la Iglesia no existe… todavía; está en evolución… hacia el punto Omega, meta final del ecumenismo.
La unidad en la diversidad
La Iglesia será entonces una (en la multiplicidad); eso en el futuro. ¿Cuándo? Solo Dios lo sabe. ¿Y mientras tanto? Provisoriamente estamos en un “tiempo intermedio” (30 Giorni, nº 2, pág. 66): “unidad en la diversidad”. Ratzinger explica: “Se podría definir este modelo con la formula bien conocida de ‘diversidad reconciliada’, y en este punto me siento muy próximo de las ideas formuladas por mi querido colega Oscar Cullmann” (30 Giorni, nº 2, pág. 67). Cual sea el modelo-Cullmann, ya lo hemos visto; ahora veremos cómo lo presenta Ratzinger. Es suficiente decir que Ricca lo comprendió perfectamente: “Ante todo -responde- quiero decir que estoy de acuerdo en un 99% por no decir en un 100%, con cuanto acaba de afirmar el cardenal Ratzinger. Me alegro y me complazco en sus palabras. Sobre esta base se puede construir (la misma idea de diversidad reconciliada es, como usted sabe, de origen luterano)” (30 Giorni, nº 2, pág. 69). Ratzinger quiere entonces llevarnos a una iglesia pluriforme, todavía indeterminada, a partir de los fundamentos luteranos.
Vuelta a lo esencial
Pero, ¿cómo realizar concretamente esta “diversidad reconciliada”? Ratzinger nos previene, esto “no quiere decir que uno se contente con la situación en que estamos”, resignarse estáticamente a ser diferentes (pág. 68).
Al contrario, hay que dar prueba de dinamismo y perseverar “en el caminar juntos (…), en la humildad que respeta al otro, incluso cuando la compatibilidad en la doctrina o la práctica de la Iglesia no se ha obtenido todavía; esta consiste en la disponibilidad para aprender del otro y dejarse corregir por el otro, con gozo y gratitud por las riquezas espirituales del otro, en una “esencialización” permanente de nuestra fe, de la doctrina y de la práctica que deben estar siempre purificadas y alimentadas por la Escritura, con los ojos fijos en el Señor…” (30 Giorni, nº 2, págs. 67-68).
¡Cuantas contradicciones en tan pocas líneas!
¿Cómo “caminar juntos”, si se piensa y se obra diversamente?
¿Cómo la “Cátedra de Verdad”, la Iglesia de Cristo, podría aprender (algo que no supiera todavía), y hacerse corregir, ni más ni menos que por herejes? ¿Cómo se puede “respetar” la herejía y el cisma; en otras palabras, el pecado? Pues es en cuanto herejes y cismáticos, que las sectas protestantes y “ortodoxas” se distinguen de nosotros.
Finalmente, ¿qué significa “esencialización” (¡permanente!) de la fe? Esta idea es el punto central del pensamiento de Ratzinger (y no solamente de él): “La búsqueda del wesen, de la esencia del cristianismo es una búsqueda típica de la teología alemana desde hace más de un siglo. Vean las obras de L. Feuberbach (1841), de A. Harnack (1900), de K. Adam (1924), de R. Guardini (1939), de M. Schmans (1947), y la reciente proposición de K. Rahner respecto de una formulación sintética del mensaje cristiano. Así como las tentativas mencionadas arriba, la búsqueda de Ratzinger sobre la esencia del cristianismo lleva manifiestamente el sello del tiempo que la vió nacer, de ese tiempo designado muy frecuentemente como ‘la edad poscristiana de la fe’; esta edad está caracterizada no tanto por la negación de tal o cual verdad de fe, como por el hecho de que la fe en su conjunto parece haber perdido su interés, su capacidad de interpretar el mundo ante otras concepciones que, a falta de otra, parecen dotadas de una mayor eficacia operacional” (Ardusso, op. cit., pág. 457).
En realidad, toda tentativa de “esencialización” de la fe peligra destruir la misma Fe. Contra los ecumenistas, Pío XI ya escribía: “Además, en lo que concierne a las cosas que han de creerse, de ningún modo es lícito establecer aquella diferencia entre las verdades de la fe que llaman fundamentales y no fundamentales, como gustan decir ahora, de las cuales las primeras deberían ser aceptadas por todos, las segundas, por el contrario, podrían dejarse al libre arbitrio de los fieles; pues la virtud de la fe tiene su causa formal en la autoridad de Dios revelador que no admite ninguna distinción de esta suerte. Por eso, todos los que verdaderamente son de Cristo prestarán la misma fe al dogma de la Madre de Dios concebida sin pecado original como, por ejemplo, al misterio de la augusta Trinidad; creerán con la misma firmeza en el Magisterio infalible del Romano Pontífice, en el mismo sentido con que lo definiera el Concilio Ecuménico del Vaticano, como en la Encarnación del Señor. No porque la Iglesia sancionó con solemne decreto y definió las mismas verdades de un modo distinto en diferentes edades poco anteriores han de tenerse por no igualmente ciertas ni creerse del mismo modo. ¿No las reveló todas Dios?” (Mortalium Animos).
Ratzinger no explica claramente lo que sería lo esencial de la fe, y lo que sería “superestructura” (sería esencial “que esta [la Iglesia], se presente como iglesia de la fe totalmente al servicio de los hombres y libre de las superestructuras que oscurecen la pureza de su rostro”, según Ardusso, op. cit., pág. 458).
Sin embargo, Ratzinger concluye precisando que, respecto a la palabra “esencialización” su “pensamiento coincide con el del profesor Ricca” (30 Giorni, nº 2, pág. 72). “Debemos realmente volver al centro, a lo esencial; o, con otras palabras, el problema central de nuestro tiempo es la ausencia de Dios, en consecuencia, el deber prioritario de los cristianos [católicos y no católicos, n.d.r.] es el de dar testimonio del Dios vivo” (30 Giorni, nº 2, pág. 73). Evidentemente, sobre este minimum que representa la existencia de Dios, “la realidad del juicio y de la vida eterna” (pág. 73), los cristianos de toda clase (o casi) estarían de acuerdo; y este “imperativo” “une”fuertemente, pues “todos los cristianos están unidos en la fe del Dios que se ha revelado, encarnado en Jesucristo” (30 Giorni, nº 2, pág. 73). (Para la condenación de esta idea de testimonio común referirse, siempre, a Mortalium Animos).
Purificación recíproca
Pero, ¿cómo interviene “la esencialización” permanente en el plano práctico? (Congar la llamaba “vuelta a las fuentes”, nos recuerda Ricca).
Para Ratzinger este proceso positivo proviene de las otras “iglesias”. La Iglesia Católica sería así continuamente purificada… por las sectas heréticas. Por eso, en espera de la unidad (pluriforme), es bueno que haya diversidad (reconciliada).
“‘Oportet haereses esse’, dice San Pablo. Quizás no estamos todos aún maduros para la unidad, quizás necesitamos la espina en la carne, que es el otro en su alteridad, para despertar de un cristianismo incompleto, reductor. Quizás es nuestro deber ser espina el uno para el otro. Y existe el deber de dejarse purificar y enriquecer por el otro. (…) Comprendido el momento histórico en que Dios no nos concede aún la unidad perfecta, reconozcamos al otro, al hermano cristiano, reconozcamos a las iglesias hermanas, amemos la comunidad del otro, viéndonos juntos en un proceso de educación divina en que el Señor utiliza las diferentes comunidades, una para la otra, para hacernos capaces y dignos de la unidad definitiva” (30 Giorni, nº 2, pág. 68).
Si se cree a Ratzinger, Dios querría entonces las “herejías” (solo las permite, como permite el mal); del mismo modo Dios quiere provisoriamente las divisiones, las diferentes comunidades para que se perfeccionen unas a otras. En consecuencia, la Iglesia Católica sería “despertada”, “purificada”, “enriquecida” y no más “incompleta”, gracias a las sectas heréticas de las que se sirve el Señor; y viceversa, la Iglesia Católica tendría una función análoga para con las otras iglesias. Todas, dialécticamente, en marcha hacia la unidad futura todavía indeterminada de una Iglesia desconocida que debe resultar de este proceso.
Se puede ver un modelo, pero nada más que un modelo, de esta Iglesia futura en la Iglesia primitiva que estaba unida “en tres elementos fundamentales: Sagrada Escritura, regula fidei, estructura sacramental de la Iglesia” (30 Giorni, nº 2, pág. 66), pero muy diferente en lo demás. No obstante, ¿acaso no estaba igualmente unida bajo el magisterio y el gobierno del Papa? Y aún con sus diversidades locales, ¿acaso no profesaba la misma Fe, lo que no es el caso de los protestantes y los ortodoxos?
Si Ratzinger nos pide adherir a una iglesia futura desconocida modelada sobre una falsa iglesia antigua, es en realidad para hacernos abandonar la Iglesia eterna e inmutable de Cristo.
Conclusión: Pío XI juzga a Ratzinger
Si Ratzinger no sabe hacia que modelo futuro van estas iglesias, “espina en la carne”, que se “ensencializan” una a otra, Pío XI va a decirlo. Es en la encíclica que el mismo Ratzinger osa declarar conforme al Vaticano II (!), Mortalium Animos, que el Papa se pronuncia.
La teoría ecuménica o pancristiana, como se decía entonces, viene a parar “poco a poco, al naturalismo y ateísmo” (Mortalium Animos); prepara “una falsa religión cristiana, ajena a la única Iglesia de Cristo”; es la vía hacia “el menosprecio de toda religión o ‘indiferentismo’, y al llamado ‘modernismo’ ”, es una necedad y un despropósito.
Pero no echemos toda la culpa a Ratzinger. Él no es sino el fiel intérprete del Vaticano II, como lo es Karol Wojtyla. Allí se halla el cuerpo extraño a extraer, cuerpo extraño que las fuerzas sanas de la Iglesia, Esposa de Cristo, rechazarán indudablemente. En cuanto a nosotros rechazamos las elucubraciones heterodoxas (unidos en la diversidad y diversos en la unidad) de Oscar Cullmann y su discípulo, Joseph Ratzinger; es a la Iglesia Católica a la que queremos pertenecer.