¿Bajo qué condiciones es Pedro la roca?

Presentamos un artículo de don Francesco Ricossa sobre el Papado, publicado por Aldo Maria Valli en el blog “Duc in altum”.

Queridos amigos de Duc in altum, en su artículo La confesión de Pedro, un “dubium” teológico, The Wanderer propone una tesis y hace una pregunta. La tesis: “Pedro es la roca en la cual se funda la Iglesia para que confiese que Jesús de Nazaret es el Verbo de Dios hecho carne”. La pregunta: Dado que “el papa Francisco, en los hechos frecuentes y en las expresiones concretas no proclama la divinidad de Nuestro Señor, es decir, no lo confiesa como hizo Pedro, ¿Puede continuar siendo considerado como su sucesor? ¿Es aún la roca sobre la cual Cristo ha edificado su Iglesia?”. He afrontado la cuestión, dolorosa e incómoda, en mi artículo Roma sin papa: Está Bergoglio, no está Pedro, y ya que The Wanderer ha vuelto sobre el tema, pidiendo también ser iluminado por los expertos, me he dirigido para conocer el parecer de una persona que desde hace años se ocupa del problema: don Francesco Ricossa, superior del Instituto Mater Boni Consilii, al cual agradezco haber recogido el guante.

Querido Valli,

Tampoco yo soy un teólogo. Luego no me corresponde a mí responder a la cuestión planteada por The Wanderer en su artículo. No obstante, ya que usted me pide mi opinión le responderé brevemente, esperando poder hacer una contribución que espero no sea inútil.

En estos momentos estoy dando los Ejercicios Espirituales y está prevista – para el penúltimo día – una lección apologética sobre la Iglesia y el Primado de Pedro. Desde hace años, en dicha lección, explico a los ejercitantes el significado de las palabras de Cristo en San Mateo: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. El artículo en cuestión propone dos exégesis distintas, que sin embargo ni se excluyen ni se contradicen.

Es cierto, por ejemplo, que Cristo mismo es la piedra y la roca sobre la cual se ha edificado de manera inamovible el edificio de su Iglesia (por ello es “suya”). Escribe San Pablo: “Petra autem erat Christus”, refiriéndose a la piedra de la cual Moisés hizo brotar agua en el desierto. Cristo mismo proclama ser Él mismo la piedra angular, que San Pedro, en el discurso que encontramos en los Hechos, afirma que fue descartada por los albañiles (los hebreos incrédulos), pero que es la piedra angular sobre la cual se construye el edificio.

Asimismo, la confesión de Pedro es la roca inamovible e indefectible sobre la cual debe edificarse la Iglesia. Ella, la Iglesia, es la sociedad de los creyentes. No se entra en Ella por nacimiento carnal, como en el antiguo pueblo de Israel, sino mediante la fe y el bautismo: los hijos de Dios nacen de Dios mediante la gracia, recuerda San Juan en el prólogo a su Evangelio. En la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, según la expresión de San Pablo, se entra y permanece solo mediante una comunicación sobrenatural y vital que fluye de la Cabeza a sus miembros. Hablamos de la gracia, o por la menos, de la fe informe. Esta confesión de fe no consiste solamente en confesar la divinidad del Cristo, como escribe el articulista, sino que concierne a todas las verdades reveladas, resumidas ciertamente en la divinidad del Señor y en los misterios principales de la Fe (la Trinidad, la Encarnación y la Redención).

Cristo y la Fe son, por lo tanto, la piedra y la roca sobre la cual está fundada la Iglesia, pero también Pedro (y sus sucesores). No se equivocan los protestantes y los cismáticos orientales cuando sostienen que la Piedra es Cristo, o la Fe. Se equivocan cuando niegan que lo sea Pedro, o mejor dicho, que lo sea Pedro indisolublemente con Cristo y la Fe en Él. No se explicaría de otra manera el hecho de que Cristo llamara a Simón con el nombre de Pedro = Cefas, la Piedra. En la Biblia, los nombres dados por Dios indican la misión que Él confía a quien recibe dicho nombre; Jesús se llama así porque es el Salvador, Pedro porque es la Piedra. Si Jesús es la piedra y si Pedro es la piedra, se puede afirmar que Jesús y pedro forman moralmente una sola persona, como cuando Jesús se llama a sí mismo el Buen Pastor y luego confía a Pedro la misión de pastorear (luego como un pastor) su rebaño, tanto a los corderos como a las ovejas. Esta verdad ha sido expresada por Pío XII cuando explica que Cristo rige, gobierna y santifica cotidianamente la Iglesia mediante Pedro: Jesús como Cabeza invisible (para nosotros), Pedro como cabeza visible. Por otro lado, Cristo afirma que Pedro ha confesado la fe no gracias a “la carne y la sangre” (sus capacidades humanas), sino porque le ha sido revelado por su Padre: Pedro está asistido por Dios para confesar la Fe, no puede enseñar el error.

Alguien elegido que no tuviera objetivamente la intención de confesar la fe, de confirmar en la fe a sus hermanos (misión encomendada por Jesús a Pedro en San Lucas), de enseñar y bautizar a todas las naciones en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, de enseñar que quien crea en Él será salvado y quien no creyera será condenado, de dar a la Iglesia el verdadero sacrificio de la Misa y los verdaderos sacramentos, de condenar y extirpar los errores… Un elegido tal no aceptaría realmente el Papado, aceptaría otra cosa distinta a la de ser el Vicario de Cristo. Es decir, pondría un obstáculo a la comunicación por parte de Cristo del “seré con vosotros”, que hace de Cristo y de Pedro, moralmente hablando, una sola persona. No sería formalmente Papa, solo materialmente. Es lo que desde finales de los años setenta ha tratado de explicar un verdadero teólogo, el padre dominico Michel-Louis Guérard des Lauriers, silenciado no solo por los modernistas (evidentemente) sino también por los “tradicionalistas”, vox clamantis in deserto.

Si los dichos y hechos de J. M. Bergoglio, electo a la Sede Petrina sin querer objetivamente ser Pedro, contribuyen paradójica e involuntariamente a poblar este desierto, a hacer que se escuche esta voz, a esclarecer las ideas a los católicos, no podemos mas que alegrarnos, aunque sea triste tener que decir y constatar, como a usted le gusta escribir, que “Roma está sin Papa”.

Don Francesco Ricossa.