El 30 de noviembre de 1969 fue la fecha fatal en la cual el modernismo osó renegar del Santo Sacrificio de la Misa. El homenaje del calendario de Sodalitium está dedicado a todos aquellos sacerdotes y fieles que lucharon por la Misa Romana: a nosotros nos toca, ahora, continuar y llevar a buen puerto dicha batalla, sin desfallecer jamás.
EDITORIAL
“Católicos,
El Domingo 30 de noviembre es un día de luto para todo católico fiel a las tradiciones que han hecho grande y gloriosa la Iglesia, dándole el esplendor de tesoros espirituales y de cultura que permanecen, pese al paso del tiempo y de los hombres, como monumentos inmortales. Casi a modo de epílogo de una serie convulsiones seguramente perjudiciales, ahora se toca, se cambia y se contamina la misma pureza cristalina de la Santa Misa (…).
Católicos, sabed mantener íntegra vuestra Fe y la Doctrina transmitida por los Padres, única garantía en la hora presente tan incierta, crepuscular y equívoca, frecuentando solo sacerdotes doctrinalmente seguros y asistiendo exclusivamente a Santas Misas celebradas según el antiguo Misal de San Pío V”.
Así comenzaba y terminaba un folleto que tengo bajo mis ojos, difundido en Roma hace cincuenta años -con ocasión de la introducción del nuevo misal ecuménico- por un grupo de católicos que, -no sin sentido del humor- firmaba bajo el nombre de “Gaudium et spes”.
Pocos días antes de aquella fecha fatal, el 1 de octubre, el Padre Guérard des Lauriers, dominico, entonces profesor en la Universidad Pontificia Lateranense, escribía a Dom Gérard, haciendo alusión al “Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae”: “La ʻnueva misaʼ -que ya no es la Misa- es para mí y para otros, un escándalo brutal. Estamos preparados para actuar, llevando a término la acción iniciada hace seis meses. Humanamente la creo inútil, pero lo hago al mismo tiempo por amor y por deber. No se puede no hacer todo lo posible para impedir un mal tan grave (…) renegar del sacrificio nos tiene que poner en estado de sacrificio”.
Lutero y Calvino lograron suprimir el Sacrificio de la Misa y destruir los altares, en gran parte de la Cristiandad. En Gorcum, Holanda, 19 religiosos católicos fueron ahorcados en el granero de un monasterio derruido, porque rechazaron renegar de la Fe Católica en lo tocante al primado del Papa, la Presencia real de Cristo en la Eucaristía y al Sacrificio de la Misa. Uno de ellos era tan anciano y estaba en un estado tan lamentable que a cualquier hubiera inspirado compasión. Sin embargo, los verdugos dijeron que todavía tenía suficiente cabeza para decir Misa, motivo suficiente para que sufriera el mismo destino que los demás. Aún así, la Misa que en tantas regiones de Europa dejó de celebrarse, todavía se ofrecía -y con cuánto amor- en tantísimos lugares, incluso en las tierras lejanas del Nuevo Mundo: en todo lugar será ofrecida a mi nombre una oblación pura (cf Malaquías 1, 11).
Los modernistas han logrado hacer aquello que no lograron los protestantes, sus padres en la herejía: han extinguido la Fe, el Sacrificio, el Sacerdocio y la divina Presencia eucarística, casi en todas partes; y a cincuenta años de la imposición de la ʻnueva misaʼ, rito constitutivamente ecuménico, se ven los efectos en cantidad de iglesias vacías y desoladas, puestas en venta o derribadas.
Sin embargo, Dios no nos ha abandonado. Quien no ha vivido aquellos tiempos quizás no se da cuenta de lo que fue, y todavía lo debe ser, el amor de tantos católicos por la Misa justamente en el momento en el que eran privados de ella. La reacción al ʻnuevo misalʼ surgió espontáneamente en todo el mundo, fenómeno verdaderamente católico, es decir, universal. Nuestro calendario prioriza a aquellos que la defendieron en Italia y Francia, pero en todas partes se alzaron sacerdotes y fieles dispuestos a cualquier sacrificio para que la Misa pudiera continuar.
No olvidamos aquellos sacerdotes que estuvieron dispuestos a renunciar a su propia parroquia, a aquellas familias que todos los domingos recorrían cientos y cientos de kilómetros para asistir a Misa, aquellos que todos los domingos debían transformar un local profano en una iglesia para permitir la celebración de la Misa y luego devolverlo a su estado anterior -a veces llegado el sábado y sin saber si habría sacerdote al día siguiente- y aquellos que abrían sus propias casas a los sacerdotes y fieles para la celebración del Sacrificio. A menudo, todavía hoy se hacen las cosas así, para quien no quiere porque no puede, nombrar en el canon de la Misa el nombre de aquél que ocupa la Sede de Pedro sin ser el verdadero Sucesor. Así pues, tras 50 años podemos decir que no, el demonio no ha conseguido detener del todo, ni siquiera esta vez, aquello que más teme: la celebración del Sacrificio de la Misa, renovación incruenta de aquél del Calvario.
Hoy como ayer y día tras día, debemos estar en estado de sacrificio, unidos al Sacrificio de Cristo: para que sea ofrecido a Dios aquel acto supremo de adoración que le es debido, y para que los tantísimos pecados de los hombres sean expiados, así Dios nos sea propicio de nuevo y escuche nuestras oraciones. El homenaje del calendario de Sodalitium va por todos los sacerdotes y fieles, los que recordamos y lo que hemos olvidado, que 50 años atrás combatieron por la Misa Romana.
A nosotros, ahora, continuar y llevar a término su batalla, sin desfallecer jamás.